El 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman mataba al ex Beatle en Nueva York. A casi cuarenta años, su legado sigue intacto.

Fueron cuatro tiros por la espalda. Lo llevaron urgente al hospital Roosevelt, a apenas unas pocas cuadras. En el caos y el mar de sangre, los médicos no lo reconocieron, hasta que una enfermera revisó sus efectos personales y encontró sus documentos. En la guardia, acababa de morir John Lennon. Eran las once de la noche del 8 de diciembre de 1980.

Mark David Chapman llevaba tres meses planeando asesinarlo. Inclusive había confesado sus intenciones a su esposa. Su psicosis estaba fuertemente relacionada con lo místico: pese a que había sido fan de los Beatles, su fundamentalismo religioso generó que comenzara a odiar de manera visceral al compositor por sus posturas en cuestiones de fe. El operativo para el asesinato incluyó viajes de ida y vuelta entre Hawai, donde vivía, y New York -donde residía Lennon-, pasando inclusive por Altanta, para conseguir de manos de un amigo las municiones.

Cerca de las once de aquella noche, Chapman se acercó a la puerta del edificio Dakota, donde vivían John Lennon y Yoko Ono. Varios fans esperaban su regreso, muchos pidieron autógrafos. El mismo asesino se hizo firmar una copia del disco «Double Fantasy».

Luego, las balas. La sangre. La muerte.

Chapman fue condenado a cadena perpetua. Este año, la justicia le negó la libertad bajo palabra por novena vez.

«No habrá funeral para John», diría el comunicado firmado por Yoko Ono a la mañana siguiente, «John amaba a la raza humana y rezaba por todos. Por favor, recen también por él». Sus fans, de todos modos, improvisaron el tributo: desde esa misma madrugada, la porción del Central Park frente al edificio Dakota comenzó a llenarse de gente. Hubo lágrimas, velas, vigilia y canciones. Sobre todo, muchas canciones. La imagen de la multitud llorando mientras canta «All you need is love» recorrió el mundo.

Sus cenizas fueron esparcidas en ese mismo rincón de Central Park; un lugar que hoy lleva, en su honor, el nombre de «Strawberry fields».

Su voz, su música, su obra

Nacido en Liverpool en octubre de 1940, John Winston Lennon -luego cambiaría legalmente su nombre a John Ono Lennon- fue el motor de una de las revoluciones musicales más grandes de la historia: los Beatles.

Un líder tan carismático como manipulador, fue el primero en tener claro a dónde quería llegar: «a la cima más alta», su grito de guerra en los tiempos en que apenas eran adolescentes abriéndose paso en una Inglaterra que aún sangraba posguerra y en un género tan razonablemente nuevo como el rock and roll.

Desde su irrupción en la escena de la música hasta su muerte, fue siempre un personaje polémico. «Somos más famosos que Jesucristo», dijo sobre los Beatles. Admitió en una entrevista que golpeaba a su primera esposa: «Recién aprendí cómo tratar a una mujer con Yoko». Activista por la paz, confrontó tanto con el gobierno británico como con el norteamericano y estuvo en la mira de John Edgar Hoover -aquel implacable director del FBI- por tener «intereses en el activismo de izquierda».

Nunca fue un guitarrista brillante, y mucho menos un buen pianista. Pero, si dentro del cuarteto más famoso de la historia, Paul McCartney destacaba por sus melodías inolvidables y George Harrison por ser menos prolífico pero siempre exquisito, el valor agregado de John Lennon eran sus letras.

En un tiempo en el que es posible que Bob Dylan se lleve un Premio Nobel de Literatura y en el que se recuerda a Leonard Cohen más como un poeta que como un cantante, la potencia lírica de Lennon no es para menos.

Se atrevió a una letra narrativa y a la vez apelativa, conjugada en segunda persona, una audacia que pocos logran ver detrás de los «yeah, yeah, yeah» de «She loves you». Fue el autor de «Nowhere man», el primer tema de los Beatles que no era una canción de amor. Jugó con las palabras con un altísimo vuelo poético en «Across the universe».

Sus canciones tuvieron sexo («Don’t let me down»), droga («Happiness is a warm gun») y rock and roll («One after 909»). Pero también tuvieron, sobre todo en su etapa solista, un compromiso profundo con los temas que lo preocupaban: los derechos de la mujer («Woman is the nigger of the world»), la guerra («Give peace a chance») y hasta los conflictos regionales («Give Ireland back to the irish»).

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«Strawberry fields», en Central Park, lugar de procesión para los fans.

Planteó su filosofía y su cosmovisión en dos canciones tan inolvidables como poderosas: «God» («Dios es el parámetro con el que medimos nuestro dolor», ataca en el primer verso, para luego enumerar una cantidad de cosas en las que no cree) e «Imagine», la visión utópica de un mundo sin religión, sin posesiones, sin fronteras.

Pero, ante todo, dejó un mensaje. Un único mensaje. Ese que coreaban sus fans, al día siguiente de su muerte.

«All you need is love».

Fuente: Telam