La clasificación de Argentina a semifinales es el premio al trabajo en equipo, que tuvo en Orsanic a un capitán con visión estratégica: acertó con Delbonis y en lograr una armónica convivencia entre Del Potro y Mónaco; en septiembre, ante Gran Bretaña.

Los grandes logros se construyen poco a poco, ladrillo tras ladrillo. Las historias más emotivas se narran con pausa, sin ligerezas, detalle tras detalle. La Argentina comenzó a fabricar el pase a las semifinales de la Copa Davis mucho antes de vencer a Italia por 3-1, con la pincelada definitiva de Federico Delbonis ante el díscolo y talentoso Fabio Fognini por 6-4, 7-5, 3-6 y 7-5. El equipo nacional se adelantó y empezó, casi en forma artesanal, a involucrarse en un objetivo, bajo una misma sintonía, con los jugadores que ya habían participado durante la capitanía de Daniel Orsanic y los que no.

Cuando los argentinos vencieron en marzo pasado a Polonia, en la gélida Gdansk, era prácticamente imposible pensar en que Juan Martín del Potro y Juan Mónaco, ubicados en veredas opuestas, compartirían un mismo grupo, en armonía y arrojando las diferencias en el bolso. Estimulados por objetivos en común como la Davis y los Juegos Olímpicos de Río, e impulsados por el espíritu de diálogo y austeridad que exterioriza Orsanic, se alcanzó la alianza. Allí se empezó a ganar esta serie de visitante en el nordeste italiano, cerca del Adriático. Porque provocó que el resto fluyera con naturalidad, sin tensión, sin falsedades. Antes de dejar Buenos Aires, algunos estaban intranquilos con lo que podría suceder en diez días de convivencia en Pesaro y tenían motivos para estarlo; sin embargo, la inteligencia y la madurez de los protagonistas lograron que los temores se transformaran en energía positiva. Y se notó. Mucho.

Para poder pensar, a partir de ahora, en las semifinales frente al campeón defensor, Gran Bretaña, de visitante, del 16 al 18 de septiembre, hubo una planificación que dio resultados y un respaldo puertas adentro. Frente a Italia, Orsanic aprobó un máster en capitanía. Si desde que asumió en 2015 tuvo más aciertos que errores, aquí se destacó como conductor. Su voz se respetó, se escuchó. Tuvo gestos, técnicos y humanos, que lo encumbraron. Como cuando lo primero que hizo en la segunda jornada, tras el triunfo en dobles de Del Potro y Guido Pella, fue correr a abrazar a Mónaco, que había sufrido una paliza ante Fognini y tenía la confianza bajo tierra. No sólo fue una reacción para consolar al tandilense, sino para dejarle en claro que en sus grupos «pierden y ganan todos».

De hecho, iba a ser Pico el seleccionado para un hipotético quinto punto ante los azzurri. «Hubo una predisposición pocas veces vista durante estos días, vivimos la semana en una armonía increíble y creo que, al fin y al cabo, se advierte. A veces tarda en pagar cuando las cosas se hacen bien, pero esta vez pasó rápido y es muy lindo que suceda», aseveró Mónaco, con una postura muy distinta a la de 2015, cuando sospechó que se había quedado afuera de la serie frente a Brasil por pedido de Del Potro. «Como dijo Pico, esta semana todos teníamos el mismo objetivo, entrenamos enfocados para lograr lo que conseguimos, nos bancamos juntos el calor extremo y merecemos festejar», dijo Del Potro.

«Pienso que esta serie la habíamos ganado en muchos aspectos antes de que Fede (Delbonis) ganara su partido. En la parte deportiva, él plasmó un muy buen fin de semana. Cada uno de los que está acá dejó todo lo que tenía y los de afuera nos dieron fuerza. Y defendimos bien los colores, que es lo que nos llena de orgullo», explicó el ex doblista, con los ojos humedecidos. ¿Cuáles fueron las claves? El capitán no dudó: «Lo bien que se entrenaron todos los jugadores. La ilusión que trajeron a Pesaro. Y el coraje que tuvieron dentro de la cancha. Sabíamos que iban a ser partidos muy disputados, pero llegamos con tiempo, nos preparamos bien y eso dio sus frutos».

En la edificación de un anhelo, que era alcanzar la undécima semifinal desde el regreso al Grupo Mundial, en 2002, también hubo aciertos técnicos y deportivos, claro. Como la elección de Guido Pella para acompañar a Del Potro en el dobles. Sin Leonardo Mayer, la pareja natural del tandilense para esa especialidad, Orsanic y su cuerpo técnico entendieron que se debía aprovechar la frescura, el coraje y, sobre todo, el alto porcentaje de devoluciones del bahiense, que apenas sumaba un partido en la competencia (ante Polonia, este año).

Del Potro, que regresó a la Davis tras casi cuatro años, nunca había jugado junto con Pella, pero les sirvió que en los ensayos en el club Baratoff contaran con los consejos y la experiencia de tres ex doblistas: Orsanic, el subcapitán Mariano Hood y Sebastián Prieto, coach de Mónaco, que también se involucró en los ejercicios. Del Potro, con las limitaciones físicas que todavía posee en esta temporada de adaptación al circuito, pero con el oficio intacto, pesó, pegó fortísimo cada vez que pudo de drive y fue un foco de preocupación para los italianos.

Desde que es capitán, Orsanic tuvo la capacidad para sacar lo mejor de Delbonis. El azuleño casi siempre le rindió. Ganó el quinto punto ante Brasil (a Thomaz Bellucci) en la primera rueda del año pasado, y en los cuartos de final superó al serbio Viktor Troicki tras haber perdido los dos primeros sets. La única frustración fue en las semifinales con Bélgica, en Bruselas, cuando perdió dos singles. Pero aquí, frente a Italia y tras haber estado ausente con Polonia, Orsanic le dio la responsabilidad a Delbonis de ser la raqueta principal y el zurdo no defraudó al ganarles el viernes a Andreas Seppi y ayer a Fognini, ante cinco mil italianos -y 150 bulliciosos argentinos-, en el cierre de la serie.

La Argentina está una vez más entre los cuatro mejores de la Copa Davis, el único trofeo grande que el deporte argentino no tiene. Llegó a Pesaro sin improvisaciones y empezó a ganar la serie mucho antes del primer partido. Nadie le puede quitar la ilusión a un grupo de optimistas que si ya de por sí se potenciaba en la Davis, lo hace aún más con los pesos pesado en armonía.

Fuente: La Nación