Son investigadores de institutos y universidades que antes se concentraban sólo en la ciencia básica. Ahora fabrican desde plásticos biodegradables hasta biocombustibles.

Cuando era niño, Diego de Mendoza adoraba mezclar todo líquido que estuviera a su alcance. Un día tomó el fijador para el pelo y se lo tiró a las hormigas para ver cómo reaccionaban. Las fórmulas lo fueron atrapando, estudió química biológica y llegó a ser un prestigioso investigador y profesor. Hace 4 años decidió abrir su emprendimiento con su discípulo Gustavo Schujman para que el conocimiento cambie la realidad. Crearon Ingeniería Metabólica (Inmet), con un subsidio para empresas de base tecnológica del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva y aportes privados de Bioceres. No son los únicos.

Hay más científicos del Conicet, INTA, y de universidades que apuestan tanto a la investigación como al negocio. Ya funcionan 85 empresas de científicos a partir de subsidios del Mincyt, a cargo de Lino Barañao, que se otorgan desde 2011. Más de la mitad trabajan en biotecnología. Además, el Centro de Innovación Tecnológica, Empresarial y Social (CITES) del Grupo Sancor Seguros también promovió la creación de 5 empresas de base tecnológica, que se dedican a la ciencia de lo muy pequeño, la nanotecnología, la biotecnología, al agro y a los dispositivos médicos. “Las empresas creadas por científicos son Pymes con empleados muy calificados y buenos salarios. Implican una transferencia directa del conocimiento al sistema productivo o a la sociedad en general”, comenta a Clarín Alejandro Ceccatto, presidente del Conicet. “Generalmente, hay un grupo de investigadores que logra un desarrollo específico y lo patenta, y luego aparece un grupo inversor que apuesta al crecimiento de la empresa”, agrega.

En el caso de la empresa Inmet, que funciona en Rosario, se diseñó una plataforma por la cual se utilizan residuos de la producción de biocombustibles. A partir de esas “mezclas”, los científicos generan plástico biodegradable que podría usarse en envases, juguetes o medicinas. “Es un sueño cumplido: volcamos todo lo que sabemos y aportamos una solución de bajo impacto ambiental”, cuenta De Mendoza, que también es aficionado al tenis y al ciclismo. Otras buenas historias de ciencia y negocios se están cocinando.

Hernán Dopazo, que volvió al país en 2012 por el programa Raíces del Mincyt y es profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, puso en marcha Biocódices, dentro del predio de la Universidad Nacional de San Martín. Brinda servicios a médicos que necesitan de estudios genómicos antes de indicar el tratamiento adecuado.

En tanto, Hugo Menzella, que es investigador del Conicet y cantante melódico en sus ratos libres, traslada su experiencia como científico a su empresa Keclon, que está construyendo en San Lorenzo, Santa Fe, una planta de producción de enzimas para mejorar la producción de aceites vegetales, los biocombustibles que se usan en el transporte, y para transformar los residuos de la agricultura en alimentos para animales.

El 12% de las Pymes científicas creadas con fondos del Mincyt están impulsadas por mujeres, como Leticia Betancor y Cristina Borio, que se dedica a la producción de anticuerpos monoclonales; Alicia Lorenti, sustitutos de la piel; Stela Maris Da Silva, plaguicidas ecológicos; y Carolina Baldi, que es doctora en bioquímica y eligió ser empresaria. “Trabajé en investigación básica, y tuve beca del Conicet. Pero me di cuenta de que soy una emprendedora nata, y quería trabajar en salud”, expresa.

Su empresa AlgaeBio+ se focaliza en alimentos “nutracéuticos” elaborados a partir de microalgas. “Apuntamos a ofrecer productos como el antioxidante astaxantina que puede ser útil contra el envejecimiento de la piel y para mejorar la salud. Podría consumirse en cápsulas o suplantar alimentos como barritas de cereal”, anticipa Baldi, que también contó con un subsidio de Buenos Aires Emprende.

Fuente: Clarin