El traumático y agónico caso de la canadiense Donna Penner conmocionó a la comunidad médica.

Donna Penner vivió una de las experiencias más extremas que un ser humano puede experimentar. Esta mujer canadiense era intervenida quirúrgicamente pero la anestesia falló.

“Recuerdo que estaba nerviosa, aunque sólo se trataba de una laparoscopia”, recordó Penner en una entrevista con medios británicos. Este tipo de operación consiste en hacer dos incisiones en el abdomen para introducir a través de ellas instrumentos y explorar el área.

Para estas intervenciones, los médicos suelen aplicar una anestesia general y un bloqueador neuromuscular que provoca cierta parálisis general que impide que hayan movimientos reflejos. Como a todo paciente, a Penner le inyectaron la anestesia y el bloqueador, y le colocaron una máscara para que inhalara un gas relajante. “Me dijeron que respirara profundo. Me conectaron a todos los monitores, me inyectaron y me hicieron todo lo que suelen hacer”, explicó.
Donna quedó dormida, pero a los pocos minutos despertó. “Cuando lo hice, todavía podía oír los sonidos de la sala de cirugía, los pasos, el ruido del movimiento de los instrumentos…”. La mujer pensó que ya se había acabado todo, que la operación había terminado y estaba en su habitación. Pero de repente, escuchó algo que le “heló la sangre”.
Fueron tres palabras: “Bisturí, por favor”. Debido al bloqueador neuromuscular no podía moverse ni avisar de su estado. Tampoco podía hacer señas con sus ojos. Pocos segundos después, comenzó a sentir el bisturí cortando su cuerpo. “El dolor era tan fuerte y sentía cómo las lágrimas se empezaban a formar. Pero no podía ni siquiera llorar, estaba tan paralizada que no podía producir las lágrimas para llorar”, describió la terrorífica escena.

“Quería decir algo, quería moverme, quería levantarme, pero no podía”
“Estuve en estado de pavor puro. Y no tengo cómo explicar cuán fuerte era el dolor. Escuché lo que hablaban y lo que hacían, sentí cuando el cirujano hizo las incisiones y cuando introdujo los instrumentos en mi abdomen, y también cómo movía mis órganos mientras exploraba”, describió Donna.

Cuando la operación llegaba a su fin, empezó a recuperar la movilidad de la lengua y la utilizó para mover el tubo que tenía para respirar. «Y lo logré. Pasé por momentos en los que la agonía del dolor era tal que pensé que iba a morir, así que ya me había despedido mentalmente de mis seres queridos. Ahora no podía respirar», dijo.
En la actualidad, Donna sufre de estrés postraumático. No obstante brinda charlas sobre su experiencia a estudiantes de medicina para que sean conscientes de lo que les puede pasar a sus pacientes.