¿Tiene sentido debatir sobre las elecciones de reina? ¿Está bien? ¿Está mal? Meterse con el reinado del Chamamé, ¿es atentar contra la cultura correntina? ¿Hay algo en el fondo que valga la pena analizar?

Por Clarisa Zacarías

Hacerse preguntas, poner en duda, cuestionar, son las acciones que activan el pensamiento, cambian las formas en que vemos las cosas y llevan, en última instancia, a los cambios culturales. Esto viene pasando desde hace al menos un siglo con respecto al rol de la mujer en la sociedad, y la forma en que éstas son tenidas en cuenta o ignoradas.

El movimiento feminista «Ni una menos», que empezó a sentirse con fuerza desde hace dos años en Argentina, ha venido a cuestionar la violencia de género en todo su espectro: desde los roles «femeninos» y «masculinos» que impone la cultura a través de la educación a los brutales asesinatos de mujeres en manos de hombres, en su mayoría, conocidos por ellas.

Este movimiento, que enardece los ánimos de muchos, no está ajeno a las contradicciones internas y a las posiciones encontradas entre las feministas, cuyo objetivo final es lograr la tan mentada igualdad entre el hombre y la mujer.

Y ese objetivo, la igualdad, genera en muchos casos opiniones encontradas que parten desde bases diferentes: ¿cuándo seremos iguales? ¿cuando los cuerpos de todos, tanto mujeres como hombres sean cosificados? ¿O cuando el respeto por los cuerpos sea alcanzado?

¿Está mal que una mujer exprese abiertamente su sexualidad? ¿Que quiera mostrarse atractiva o que utilice su cuerpo para seducir a un montón de hombres desconocidos?

Si estamos a favor de la libertad, es difícil decir «que se prohíba a las chicas desfilar con poca ropa porque los hombres le dicen guarangadas». Como bien dice la escritora Paula Giménez en su nota «¿Los culos o los muchachos?«, escrita a propósito de la cancelación del concurso de la Cola Reef, «¿sacar a las mujeres del escenario porque los hombres no se pueden contener no es lo mismo que decirles a las chicas que no salgan solas a la calle de noche porque las pueden violar? Sí».

Es decir, prohibir la expresión de quienes desean mostrar sus cuerpos nos acerca de una extraña manera a aquellas culturas que prohíben que sea ninguna parte del cuerpo femenino porque «provoca a los hombres».

El tema pasa porque desde un punto de vista amplio, son muchos los hechos atómicos que aportan a la violencia de género, algunos bastante inocentes, como por ejemplo, qué regalo le damos a nuestra pequeña hija para su cumpleaños y cuál a nuestro hijo: muñeca para ella, pelota para él. ¿No puede la nena querer jugar al fútbol? ¿No puede el nene querer jugar al papá? ¿No los condicionamos de esta manera con respecto a lo que quieran elegir para su futuro?

La belleza como se la entiende actualmente, impone medidas difíciles de alcanzar por el común de las mujeres. Aquellas que se presentan en los concursos de belleza son las pocas que de alguna u otra manera cubren esas expectativas. Las demás pasaran gran parte de su vida odiando su cuerpo entero o parte de él, luchando para aceptar que nunca llegarán a ser la «modelo de la revista», y que igual son valiosas pese a esto.

El universo femenino es complicado, porque vivimos en un mundo de hombres. Sabemos que los espacios que nos asignan son limitados, y cuando peleamos por ellos, a veces nos vemos ante la situación de tener que pisar las cabezas de otras mujeres. Al ser la belleza un valor altamente valorado en esta sociedad, aquellas que poseen un cuerpo que se ajuste a los cánones, no dudan en utilizarlo para poder crecer.

Porque, seamos honestos, a aquellas que tienen que ganarse el lugar por el lado de los méritos intelectuales o académicos, les cuesta mucho más: no sólo tienen que probar que son mejores que las demás mujeres, sino también al menos el doble o triple que cualquier hombre. Todo por un mínimo lugar.

Hay una parte del feminismo, ansioso por erradicar la violencia de género y los estereotipos sexistas de un plumazo, yendo al choque con todo y buscando, si es necesaria, la intervención estatal de modo fuerte en aquellos casos donde sea posible, prohibiendo cosas como por ejemplo, los concursos de belleza.

Esto se debe a que existe un hartazgo generalizado, que incluye a muchos hombres, ante los hechos de violencia que viven las mujeres en nuestra sociedad. ¿Cómo puede ser que una mujer no pueda caminar sin miedo por la calle si es de noche? ¿Cómo puede ser que deba cuidarse de su propio novio o marido?

La última encuesta sobre violencia machista que se realizó el año pasado en Argentina dio cuenta que un 99% de mujeres admitió haber vivido alguna situación de violencia con alguna pareja, y el 97% haber recibido acoso callejero. La situación es límite, y las posturas se vuelven acaloradas.

¿Cómo parar esto? Muchas mujeres creen que es hora de generar la revolución y luchar sin tregua contra los estereotipos sexistas que genera esta sociedad, atacando sus manifestaciones más visibles.

Otras, entre las que me incluyo, pensamos que la libertad es un bien valioso y que si una mujer quiere postularse a Reina del Chamamé, debe poder hacerlo. La lucha pasa por la educación, y que la sociedad vaya decantando sola estos estereotipos.

La educación a las futuras generaciones es la clave, es lo que podemos hacer desde nuestra individualidad. ¿Y desde lo colectivo? Discutir, debatir, cuestionar, eso podemos hacer. Respetar las opiniones diferentes, entender desde qué lugar el otro opina lo que opina, preguntarle hasta el hartazgo por sus fundamentos y ofrecer los nuestros también.

Entonces, quizás no lo veamos en esta o la siguiente generación, pero el desafío está en educar a las mujeres y hombres del futuro lejos de los estereotipos, con valores que excedan la belleza para ellas y lo fuerte para ellos.

¿Y el rol del Estado?

Esta discusión sobre los roles femenino y masculino en la sociedad, y sobre qué valores promueven los concursos de belleza excede las discusiones entre los ciudadanos y alcanza al Estado, que se ve obligado a intervenir. Y es lógico, una parte de la sociedad sufre violencia de parte de otra, ¿quién si no va a intervenir?

Pese a la indignación de unos cuantos, la Comisión Nacional Coordinadora de Acciones para la Elaboración de Sanciones de la Violencia de Género no prohíbe la realización de los concursos de belleza, sino que sugiere a los organismos encargados de su realización la revisión de los mismos, para que promuevan valores que no impliquen violencia simbólica.

Indigna que un organismo nacional de a entender que la Elección de la Reina del Chamamé es sexista o promueve los valores de belleza de la cultura hegemónica, o que lo relacionen con la violencia de género.

Pese a la indignación, los concursos de belleza promueven éstos valores, son una de las formas en que se perpetúan ciertos cánones de belleza.

¿Y la reina del Chamamé?

Se puso en discusión si la elección de la Reina del Chamamé puede compararse a cualquier otro concurso de belleza. ¿Es un concurso de belleza?

Desde los organismos oficiales defienden la elección, aclarando que no se trata de un concurso en donde la belleza sea el único valor tenido en cuenta. De cualquier manera, no deja de estar presente. El aspecto físico ES uno de los valores que se tiene en cuenta en la elección.

¿Por esto hay que prohibirlo?

De ninguna manera. Las prohibiciones generan el efecto poco deseado de poner a lo prohibido en un lugar de deseo e interés mucho mayor.

¿Se debe debatir y replantear qué es lo que este concurso significa?

Creo que sí. Nunca hace mal debatir, ni cuestionarse lo que está establecido. Así hemos ido ganando libertades.

Movamos, entonces, la estantería y preguntémonos: ¿Queremos vivir en una sociedad más justa e igualitaria? ¿Aportan los concursos de belleza a ese objetivo?

La Reina del Chamamé ¿Representa a las mujeres correntinas? ¿Representa a las mujeres correntinas amantes del chamamé? ¿Promueve valores de igualdad y de respeto por la figura femenina?

¿Necesitan el Chamamé y su cultura una reina?

Sigamos debatiendo, que se pone lindo y, de paso, vamos rompiendo estereotipos.