Tras 23 años sin pisar el país, la banda se presentó ayer en el estadio de Central. «Used To Love Her», la sorpresa de la noche. Este viernes y sábado tocarán en River.

De espaldas al Río Paraná -en dos días será similar pero con el Río de la Plata de inminente vecino- Guns N´ Roses hizo temblar parte de la costa de la ciudad de Rosario. Ante unas 40.000 personas, el grupo de hard rock estadounidense, liderado por Axl Rose, apuntaló su mascarón de proa en dirección al estadio de Rosario Central, el Gigante de Arroyito.

Y si este barco, que ya lleva poco más de tres décadas desde su fundación, sufrió sus fuertes temporales, con cambios de integrantes incluidos, y con dos de sus capitanes distanciados (el colorado cantante por un lado, y el enrulado guitarrista por el otro), podría decirse que la fría noche santafesina del martes resultó, por lo menos, histórica.

Pero a no ilusionarse, el caracter trascendental de esta visita tuvo, más que nada, relación a la mítica reunión en escena de Axl Rose y Slash (luego de 23 años sin pisar juntos suelo patrio), a la que se sumaron otros dos históricos del grupo, el bajista Duff McKagan y el tecladista Dizzy Reed. El resto del combo se completó con el guitarrista rítmico Richard Fortus, el baterista Frank Ferrer y la debutante -e innota- Melissa Reese, que reemplazó al segundo tecladista Chris Pitman.

A las 21 en punto, la caricaturesca intro de Looney Tunes y The Equalizer, dio lugar a un viaje sin escalas hacia una ciudad de Los Angeles, 30 años rejuvenecida. Los primeros acordes de It´s So Easy dejaron en evidencia a un Axl Rose que está muy lejos de aquella desdibujada versión de su regreso a las pistas con varios kilos de más. Hoy se lo ve estilizado (sí, facialmente también) y más tolerante. Varios años atrás hubiese resultado extraño oirlo toser en el medio de la interpretación de un tema, sonreír y seguir como si nada. Eso sucedió durante un tramo de Patience, en dónde también se sentó, sobre un banco blanco, espalda con espalda junto a Slash. Y Rose sonrió. Duró poco, pero sucedio. ¿Quién se lo hubiese imaginado tiempo atrás?

Vale hacerse la siguiente pregunta a la hora de evaluar la performance de Guns N´ Roses en vivo: ¿analizamos al grupo con o sin Axl? Si es con el vocalista de Indiana, el resultado final baja varios peldaños que sin él. A nivel instrumental, el grupo resultó una aplanadora, con Slash como estandarte: un verdadero guitar hero. Al violero líder pareció que no le hicieron mella el paso de los años, su digitación poco tuvo que envidiarle a sus mejores años. Con cada una de sus guitarras (tengan uno o dos mástiles) desarrolló un sonido claro, contundente y preciso, por momentos a un nivel sónico que opacó a la desgastada voz de Mr. Rose. El solo, bien vale la entrada al concierto.

El viento, junto al intenso frío, no apichonó al público rosarino aunque puso en jaque al sonido del concierto, que iba y venía por momentos. Tanto el clásico cierre del recital con Paradise City y la emblemática You Could Be Mine, mediando el show, fueron los momentos en donde el público del campo más se soltó. Y saltó. Volviendo a You Could.., Axl estuvo muy ajustado en sus cuerdas vocales y la banda le respondio a la altura: uno de los mejores temas de la noche junto al rutero Double Talkin´ Jive, que mostró la veta salvaje del grupo. ¿La contracara? Welcome to the jungle, en dónde se evidenció que Rose se dejó atropellar por su pasado, como así también una deslucida versión de Estranged. Varios de los falsetes de antaño, ni siquiera aparecieron en esta versión 2016, que posicionó a Axl en caracter de falta.

Used To Love Her fue una de las sorpresas de la noche -primera vez que la tocan en el tramo sudamericano de esta gira 2016- demostrando qué feliz es esta banda cuando se decide a rockear a pelo y no llenar de ornamentos su arte. Y hablando de barroquismo musical, también llama la atención el desinterés del público por las obras producto del Chinese Democracy, el disco más elaborado (demorado) de la historia gunner.

Guns N´Roses tocará este viernes y sábado en el Estadio River Plate, aquel recinto -que en 1992 y 1993- vio aterrizar a la banda más cruda y desenfadada del planeta. De las armas y rosas del pasado, hoy quedan rastros de polvora con olor a nostalgia y autotributo. Y no mucho más que eso.

Fuente: Clarin