La isla de Okinoshima, en la prefectura de Fukuoka, Japón, fue declarada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO por ser “un ejemplo excepcional de la tradición de culto de una isla sagrada”. Pero la decisión produjo cierta polémica porque no se admite la visita de mujeres.
De hecho, la afluencia de visitas también está restringida para los hombres ya que sólo se admiten “por invitación a monjes del Gran Santuario de Munakata”, explicó Ryuzo Nakaya, encargado de la oficina de patrimonio mundial de la prefectura de Fukuoka.
Apenas unos 200 peregrinos van a la isla cada 27 de mayo para un festival en honor a los marineros muertos durante una batalla de la guerra ruso japonesa, que ocurrió entre 1904 y 1905.
Ubicada a 60 kilómetros de la costa de Kyushu, la isla del suroeste de Japón, Okinoshima alberga tres templos sintoístas en su kilómetro cuadrado de superficie, en los que los peregrinos han dejado más de 80 mil ofrendas a lo largo de los años.
Los hombres invitados a participar del festival deben darse un baño purificador desnudos en las costas de la isla, tienen prohibido comer carne de animales de cuatro patas durante su estancia y no pueden llevarse ni siquiera un pedazo de corteza de árbol como recuerdo.
Lo que es más interesante, en Okinoshima corre la misma regla como en Las Vegas: lo que ocurre en la isla se queda en la isla, y sus visitantes no pueden comentarlo una vez que regresan de ella.
Okinoshima no es el primer lugar del mundo que es Patrimonio de la Humanidad aunque no acepte la visita de parte de la raza humana: el monte Athos, en Grecia, y la mezquita de Haji Ali, en India, son otros dos buenos ejemplos.