A un año del asesinato del joven estudiante, el padre, hermano y amigos recuerdan cómo eran los días de Maxi en Corrientes, sus objetivos y su relación con sus seres queridos. Recibirse y volcar sus conocimientos en el campo que tiene su padre en San Roque era su principal meta. Hoy a las 17 se lo recordará con una placa en el lugar del crimen.

“Trabajador, muy pendiente de su familia, protector, chinchudo y lleno de energía”. Así lo definen aquellos que conocieron a Maximiliano Aquino, quien fue asesinado de al menos cuatro puñaladas el 1 de agosto del 2015 cuando salía de una peña universitaria. Hoy, al cumplirse un año de su muerte, el papá, Adriano Aquino, el hermano mayor, Emanuel, los amigos, Juan Rodríguez y Nahir Bouchard, expresaron su dolor al no tenerlo físicamente con ellos.

Maxi se crió en San Roque, donde Adriano, un pequeño productor de la zona, se encarga de trabajar la tierra. Llegó a Corrientes en el 2012, con el sueño de estudiar en la Facultad de Ciencias Agrarias, recibirse y volcar sus conocimientos en el emprendimiento familiar. “Era mi compañero en el campo”, dice Adriano con un tono tranquilo, pero con un sesgo de tristeza.

Desde pequeño, Maxi demostró ser el principal acompañante de su padre, su “mano derecha” y por eso siendo solo un niño ya había aprendido a manejar el tractor. “Cuando no llegaba a los pedales le ponía tacos a los pedales para poder manejarlo”, remarcan en diálogo con ellitoral.com.ar sus seres más cercanos que lo conocieron y convivieron toda su infancia y su adolescencia.

Emanuel, hermano por parte de padre, afirma que a Maxi “le cortaron las alas”, porque desde que vino a estudiar Agronomía tenía los objetivos claros: ser un profesional en el menor tiempo posible y para eso “hacía su máximo esfuerzo” entre trabajar y convivir con los apuntes diariamente.

Todos los días, se trasladaba desde su casa, ubicada cerca de Canal 13, a la Facultad en bicicleta y tenía “la vida de un estudiante típico del interior”, sostiene Emanuel, quien explica que la vivienda no era alquilada sino que pertenecía a un familiar. “Tenía una heladera, una cama, una cocina, una televisión, nada de grandes lujos”, detalla con nostalgia.

Las noches del estudiante sanroqueño las dividían en jugar al fútbol (típico goleador o enganche en cancha de 11), comer un guiso o simplemente juntarse con amigos a disputar un torneo en la PlayStation de “Pro Evolution Soccer”. Los viernes o sábados, se hacía un lugar para dejar la rutina y salir a divertirse, como cualquier adolescente de 21 años.

Para describirlo “sobran las palabras: era solidario, bondadoso, humilde y se prestaba para todo, siempre estaba predispuesto”, resalta Emanuel y se reprocha no haber pasado el tiempo suficiente junto a él. Sin embargo sostiene que Maxi “nunca se fue, lo tengo presente, hablo con él y le pido que me ayude a ser una mejor persona”.

MADRUGADA DEL 1 DE AGOSTO DEL 2015

Maxi había salido el viernes a la peña universitaria que se realizó en el Club de Regatas, cuando en Uruguay al 393 recibió al menos cuatro puñaladas por resistirse al robo de un celular. Esa madrugada, según los vecinos del lugar, la ambulancia tardó en llegar más de media hora. “Todas las instituciones fallaron”, afirma Adriano con resignación.

El reloj marcaba 6.40 cuando Emanuel dormía en la casa de sus tíos y sonó el celular. Era un amigo que, sin darle mayores explicaciones, le decía que debía ir urgente al Hospital Escuela porque su hermano estaba internado. Llegó al nosocomio y esperó cerca de 30 minutos, que para él fueron varias horas.

El instinto protector de Maxi y de no dejarse arrebatar lo que con tanto esfuerzo logró obtener lo llevó a forcejear con los delincuentes. “A él le ensañaron a ganarse las cosas trabajando, era muy chinchudo, no iba a dejar que le roben y de hecho no lo hicieron”, argumenta su hermano mayor.

Fue el primero en recibir la peor noticia. Maxi no había podido resistir a la intervención de los médicos. “Me trajeron una cadenita con un crucifijo, su celular y su billetera con 200 pesos; fue ahí que me preguntaba por qué no tomó un remís si tenía plata. No lo podía creer”, recuerda Emanuel.

Fuente: El Litoral